Relato I: Estrellas fugaces.
Desde mi posición, tumbado en
medio del campo con la única compañía de un par de vacas con insomnio, veo todo
el cielo. Mi padre me enseñó, hace muchos años, en este mismo campo, cómo
situar las diferentes constelaciones, pero nunca se me ha dado bien. Creo ver
la Osa Mayor y El Carro, pero nada más.
Sin embargo, no lo necesito. Todo
el firmamento es una constelación en sí misma. Veo estrellas que deberían estar
muertas, estrellas que acaban de nacer y estrellas que son más viejas que los poco
más de cien habitantes de este pueblo juntos. También veo la luna, la única luz
que podría perturbar esta imagen, pero que se ha hecho pequeñita para
permitirme disfrutar de este momento. El universo es increíble, no me extraña
que culturas antiguas situasen en él a sus dioses o creasen leyendas alrededor
de él. A día de hoy, lo seguimos haciendo.
Una estrella fugaz cruza el
cielo. Ha sido muy rápido, si hubiese parpadeado en ese mismo momento no la
habría visto, pero ahí estaba. Roja. Quemándose. Consumiéndose.
¿Por qué pedimos deseos a una
roca que se consume? Además, ¿cómo se le pide un deseo a una roca? No te oye.
Ni la roca ni nadie. Nadie quiere escuchar los deseos de otro porque no sabemos
qué contestar. A ver, sí, contestamos, pero no acorde con lo que sentimos. Si
una persona nos cuenta su deseo, le decimos que se va a cumplir. Claro que sí,
¡cómo si hacerse rico de la noche a la mañana fuese posible!
Al menos, los deseos nos hacen
ver que hay gente que aún conserva la fe. Y eso es bonito.
Sin embargo, si lo piensas bien,
una roca que se consume es una buena metáfora para representar un deseo. Te
pongo en situación: el deseo es la roca, ¿vale? Tú mantienes ese deseo: día
tras día rezas o esperas hasta las 11:11 de la noche para volver a pedir el
mismo deseo, una y otra vez. Al final, cuando ves que no se cumple, cuando
pierdes la ilusión o la fe, el deseo —la roca— se acaba consumiendo.
Pero esto es así por una simple
razón: los deseos no se cumplen, los
cumplimos. Si quieres ser rico, lucha por ello; si quieres ser el mejor
escritor, escribe. No creo que haya una fuerza mayor que exista por y para
cumplir nuestros deseos. Y menos una roca que se consume.
Con todo, en el silencio de la
noche, con el único ruido del cencerro de las vacas repicando a lo lejos,
cierro los ojos y pido un deseo.
—Papá, vuelve.
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