Cixí, la emperatriz.

Antes de hablaros de esta asombrosa mujer, necesito dejar claro una cosa: no se llamaba Cixí. Básicamente, no tenía nombre, pues en la China de la que os hablo, la China del siglo XIX, se consideraban insignificantes los nombres femeninos. Por ello, esta mujer recibió varios nombres: Lan, Yi, Xing…, pero ninguno era el suyo. Se le otorgaba un nombre según su posición o por el significado. Esto no lo explico porque sí, sino para mostrar el machismo que había en la época, y sobre todo en China, donde a las mujeres han —nombre que recibían los nativos de China— tenían que llevar los pies vendados, aunque esto les produjera numerosas lesiones y deformaciones. Y esto es solo una mera introducción para que entendáis por qué Cixí fue tan importante en su momento.

Cixí o «la mujer de la familia Nala», como fue inscrita en el registro judicial, nació en 1835 en una familia, sino rica, sí bien asentada, por lo que su infancia fue muy diferente a la de otras chicas del momento. Como la familia de Cixí era manchú, y no han, no tuvo que vendarse los pies, por ejemplo. Pero, además, aprendió a leer y a escribir algo de chino, a dibujar, a jugar al ajedrez, a bordar y confeccionar… Sin embargo, dada la complejidad del chino, se la consideraba analfabeta, lo que no significaba que no fuera inteligente. Al contrario, era tal su inteligencia y su intuición, que su padre, en una ocasión, dijo «¡Esta hija mía parece más un hijo!» y, por tanto, como hijo que era —las mujeres no podían—, pudo discutir sobre política con su padre y entender los mecanismos de un sistema político anclado en la antigüedad.

En febrero de 1850, el emperador chino, Daoguang, murió y le sucedió su hijo, Xianfeng, de 19 años. Como marcaba la tradición, el emperador tenía que elegir una esposa, la que sería la emperatriz, y las concubinas que quisiera. ¿Qué mujeres podía elegir? Bien, como la dinastía Qing a la que pertenecía el emperador era manchú, solo podían ser mujeres manchúes y mongolas. Las nativas de China quedaban descartadas. Además, estas mujeres debían pertenecer a una elevada categoría social y ser «agradables a la vista». Dentro de esta «selección» entraba toda chica que cumpliera los requisitos anteriores y hubiera alcanzado la pubertad. Por tanto, Cixí estaba inscrita.

Cixí, aunque se dice que no era muy agraciada, era portadora de todas las cualidades anteriores, y el emperador Xianfeng la eligió… como concubina. La que fue elegida como emperatriz fue una chica llamada Zhen. Sin embargo, a Cixí no le importó quedarse como concubina de nivel 6 —había niveles entre el harén de concubinas, se podía ascender y descender; el primer nivel era el de emperatriz y el último, el 8— porque, a pesar de no ser la emperatriz, iba a estar en el centro neurálgico de la política China.

Y esto fue lo que le llevó a pasar un mal trago durante su etapa como concubina. El mismo año que el emperador subió al trono, siendo Cixí ya concubina, estalló una revolución en China: la revolución Taiping, a la que el emperador tuvo que hacer frente con diversas medidas que ahora no vienen al caso. El caso era que Cixí creía que no se estaba haciendo lo suficiente, y vio oportuno sugerirle al emperador cómo hacer frente a las revueltas. El emperador, airado porque una mujer hubiera tenido la indecencia de hablar de política, mandó a la emperatriz Zhen para que se hiciera cargo de ella. Esta situación, considerada delito, debió acabar con Cixí condenada a muerte en ese mismo instante, pero no fue así, pues el emperador acabó por emitir un edicto en el que obligaba a su consejo a exterminarla una vez él muriese, no antes, porque temía que Cixí quisiese inmiscuirse en los asuntos de Estado cuando falleciera. El edicto debía ser entregado al consejo por Zhen en el momento de la muerte de Xianfeng. Sin embargo, cuando murió el emperador, Zhen le enseñó el edicto a Cixí y luego lo quemó. A raíz de ese momento, la amistad entre Zhen y Cixí se mantendría estoica hasta la muerte de la emperatriz.

Con todo, sigamos una línea cronológica para no perdernos. En 1856, con el emperador aún vivo, Cixí tuvo un hijo. Gracias a esto, ascendió a segunda consorte, solo por detrás de la emperatriz. Legalmente, la madre del niño era Zhen, y no Cixí, aunque fuese ella quien lo hubiera parido.Pero esto no provocó ningún problema entre ellas, así que el niño creció feliz con dos madres.

Y digo con dos madres porque, en 1861, el emperador Xianfeng murió a causa del desgaste físico y mental —algunos dicen que por adicción al opio— tras una de las guerras del Opio. El hijo de Cixí, que había recibido el nombre de Zaichun al nacer, fue renombrado como Tonghzi tras su coronación como emperador niño. Zhen, por su parte, recibió el título de emperatriz viuda. Y Cixí, aunque era la madre del niño, no tenía poder político alguno y siguió siendo una concubina; una importante, pero concubina al fin y al cabo.

Y eso era algo que no iba a dejar pasar. Necesitaba el título de emperatriz viuda, no solo porque así se la reconocería como madre de Tonghzi, sino porque así tendría poder. La emperatriz Zhen y ella buscaron una solución para esta situación y la encontraron en los archivos de palacio, donde se toparon con un documento que reflejaba la misma situación que estaban viviendo pero que había tenido lugar 200 años antes. Valiéndose de este precedente, el Consejo de Regentes —Tongzhi solo tenía cinco años— le otorgó el título de emperatriz viuda a Cixí.

Pero la cosa no acabó aquí. Estas dos mujeres no iban a convertirse en meras figuras políticas cuyo único deber como emperatrices viudas era vivir recluidas en un harén, sin poder alguno, así que idearon un golpe de estado. Dos mujeres, de 25 años Cixí y 24 Zhen, se enfrentaron a un Consejo de Regentes formado por los ocho hombres más poderosos de China. Ambas mujeres tenían miedo: si fracasaban, se enfrentaban a la muerte por mil cortes. Os podéis imaginar lo que era, así que mejor nos ahorramos los detalles truculentos.

Para evitar problemas, y por si cometo un fallo dada la complicación del golpe de estado, el siguiente párrafo va a ser totalmente parafraseado del libro de Jung Chang, Cixí, la emperatriz. La concubina que creó la China moderna.

«Cixí elaboró un ingenioso plan. Se había dado cuenta de que las disposiciones que había hecho su marido en el lecho de muerte tenían algún agujero legal. Los emperadores Qing demostraban su autoridad escribiendo con tinta roja. Desde hacía casi 200 años, […] esas instrucciones en rojo las había escrito siempre el emperador de su puño y letra. Sin embargo, el emperador actual era un niño y no podía manejar el pincel. Cuando el Consejo de Regentes emitía decretos en su nombre, no iba acompañado de ninguna muestra de autoridad. […] Señalaron [Cixí y Zhen] este defecto al Consejo después de que hiciera públicos sus primeros decretos. Entonces dijeron que el fallecido emperador había dado un sello informal al niño, que estaba en poder de Cixí, y otro similar a la emperatriz Zhen. Alguien sugirió ­­—sin duda Cixí, Zhen o ambas— al Consejo la posibilidad de estampar los sellos en los decretos reales como equivalente de la caligrafía imperial con tinta roja, para legalizarlos.» 

Y así se hizo. Ahora, todos los documentos tenían que pasar por las manos de Cixí y Zhen. Un primer golpe maestro para el futuro golpe de estado.




El siguiente paso fue conseguir la aprobación de uno de los hermanos del emperador fallecido, el príncipe Gong. Se le pidió que enviase una petición al Consejo de Regentes en el que se reflejara que no estaban conformes con dejar el poder en ocho hombres que nada tenían que ver con la familia real y que se debería dar poder a las emperatrices viudas y a uno o dos de los hermanos del emperador fallecido. El príncipe Gong aceptó y envió la petición. El Consejo, obviamente, se negó por dos razones: no se podía cambiar la decisión de un emperador en su lecho de muerte y, mucho menos, dejar que dos mujeres «cuyo cerebro es inferior al de los hombres» manejasen asuntos de política.

Por tanto, el Príncipe Gong quiso derrocarlos por la fuerza, ya que la vía diplomática no había funcionado. Sin embargo, Cixí y Zhen no querían que toda esta situación se tornase violenta sin motivo alguno, así que idearon un plan para que el Consejo en su totalidad cometiera un delito que conllevara la destitución en el poder.

Otra vez, hago uso del libro.

«Con el emperador niño en brazos, llamaron a los regentes y entablaron una airada discusión sobre la petición. Los hombres se indignaron y exclamaron en un tono despectivo que, como regentes, no tenían por qué responder ante las dos mujeres. Con sus gritos, el niño se asustó y se mojó los pantalones. Después de una larga pelea, Cixí fingió acatar el veredicto de ellos.»

Esta situación, que a priori parece cómica, en realidad es un delito por parte del Consejo de Regentes: no se puede gritar delante del emperador —sea niño o adulto— y mucho menos asustarlo. Por lo tanto, Cixí emitió un edicto en nombre del emperador niño en el que se condenaba a los regentes. El 18 noviembre de 1861 —el emperador había fallecido en agosto— se proclamó el edicto.

«En una encantadora exhibición de tristeza, las dos emperatrices viudas acusaron a los regentes de intimidarlas a ellas y al emperador niño.» 

En ese momento, los regentes entraron en el harén de las emperatrices viudas, donde se habían reunido con los funcionarios para proclamar el edicto —las emperatrices no podían salir del harén y el emperador niño no podía estar solo en ningún otro sitio— y las acusaron de recibir a los funcionarios en tal sitio, lo que era un delito. Cixí, airada, ordenó que se redactase otro edicto: los regentes habían cometido otro delito al querer impedir que un emperador viera a sus funcionarios. Tanto este edicto como el anterior, que carecían de poder por no haber sido redactados por el Consejo de Regentes, fueron inapelables por una cosa: llevaban los dos sellos, el de la emperatriz viuda Zhen y el de la emperatriz viuda Cixí. Por tanto, estos edictos tenían el mismo poder que un edicto escrito por el mismísimo emperador. Las emperatrices viudas se habían salido con la suya.

Finalmente, tres meses después de la muerte del emperador, con solo tres muertes —ordenó a tres miembros del Consejo que se suicidasen, y no se puede desacatar una orden de un emperador, en este caso emperatriz, aunque te estén obligando a matarte—, sin revueltas, sin guerras civiles… nada, Cixí se había hecho con el poder. A partir de ese momento, todo lo referente al estado corría a cargo de Cixí y de Zhen hasta que Tonghzi llegara a la mayoría de edad.

Sin embargo, Zhen moriría y Tonghzhi también, dos años después de alcanzar la mayoría de edad, por lo que el paso de China de una sociedad anclada en el medievo a una sociedad moderna quedaría en manos de una sola mujer. Una mujer que, en las reuniones con su Consejo, debía estar separada por un biombo para que los hombres no la vieran —los hombres y las mujeres de la época no podían estar en una misma sala sin estar separados por algún objeto si no estaban casados—; una mujer cuyas decisiones se veían puestas en duda por eso, por ser una mujer; una mujer que nunca entró en una parte de su palacio llamada Ciudad Prohibida porque era solo para hombres; una mujer que, a ojos de la historiografía occidental, quedaría relegada como una mala emperatriz; una mujer que, a ojos de la historiografía oriental, quedaría relegada  a la misma imagen… ¿por qué? Por ser mujer.


¿Os ha gustado? ¿Queréis saber algo más de los años de gobierno de Cixí? ¡Dejadmelo en los comentarios!

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