Microrrelatos
Bien, hoy se supone que debería haber subido el wrap up de septiembre, pero como me temía, he leído POQUÍSIMO: tres libros en todo el mes. La universidad hace mella, chicos. Por eso, como no quería traer una entrada tan corta e insulsa, os traigo algo mejor que me ha hecho mucha ilusión: el concurso de #LMDEinktober. Al fin y al cabo, esto también es un blog de relatos, ¿no? Si queréis saber de qué va el #LMDEinktober, echad un vistazo al blog de "La maldición del escritor" a través de este link, que lo explican todo muy bien, por si queréis concursar, que yo no quiero enrollarme ni pisarles su trabajo.
Y sin más dilación, espero que disfrutéis de estos dos microrrelatos, cosecha propia.
RÁPIDO.
Hugo fue rápido: tan pronto como
la luna se fue a dormir y el sol se desperezó, se coló bajo las sábanas.
¿No se supone que debería ser al
revés? Todo el mundo sabe que los monstruos atacan de noche y que el único
escudo a nuestra disposición son sábanas y edredones. De día, no hay nada que
temer.
Sin embargo, Hugo no participaba
en esa creencia. A pesar de su corta edad ―diez años―, ya había aprendido una
cosa que jamás se le olvidaría: los monstruos no atacan de noche, sino a la luz
del día. Los monstruos no son criaturas horribles escondidas bajo la cama, sino
personas reales, de carne y hueso.
Si en algo coincidía Hugo con el
resto del mundo era en la creencia que afirma que los monstruos se alimentan de
tus miedos.
Y te atacan con ellos.
Día tras día.
DIVIDIDO.
Saúl siempre se había sentido
dividido. No literalmente, claro. Pero sentía como si nunca hubiera podido ser
él mismo: de la puerta de su habitación hacia fuera, tenía que cambiar. Y digo
tenía porque era una imposición.
―¿Qué dirán de ti en el pueblo si
se descubre que eres gay? ―le decía siempre su padre.
―Intentamos protegerte, cariño ―añadía
su madre, tras darle un beso en la coronilla; no se atrevía a mirarle a la
cara, empapada de tristeza.
―Lo entiendo, mamá ―murmuraba
Saúl, antes de volver a su cuarto.
Realmente no lo entendía. No
podía entender por qué él, que solo quería amar, tenía que callarse, mientras
los demás, que solo querían destruir, podían expresar su odio a viva voz.
Por eso, al mismo tiempo que se
sentía metafóricamente dividido, deseaba estarlo literalmente. De ese modo, al
menos una parte de él podría ser libre, muy lejos de allí.
~
¿Qué os han parecido? ¿Os han gustado? Si queréis leer algo más de este humilde escritor, en estas dos entradas (Estrellas fugaces y Me llamo Sociedad) tenéis otros dos relatos más. ¿Os animaríais a participar?
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