Microrrelatos II
¡Sorpresa! He vuelto, y con una entrada que me hace especial ilusión, porque es una entrada con microrrelatos propios. Es una continuación de lo que puse en la anterior entrada (que podéis leer aquí), porque he recobrado las ganas de escribir y la confianza en lo que escribo, así que por qué no subir algo. Esto lo escribí hace mucho, en octubre, pero no pasa nada, porque tengo otros proyectos en mente y una corrección que terminar, así que...
Espero que algún día podáis leer algo mío que no sea tan corto, pero por ahora... Sean textos cortos o largos, me encantó escribir estos microrrelatos y fue una experiencia que nunca había probado (soy demasiado reacio a escribir cosas que no sean novelas o proyectos de novelas, porque creo que se me dan bastante mal las cosas cortas) y me dejó buen sabor de boca. ¿Y a vosotros? ¿Os han gustado?
I.
La banshee se desgañitaba día tras día, sin descanso. Para escapar de
sus horribles chillidos, todos acababan marchándose de la mansión de los O’Gradys,
dejando a la banshee sola,
desamparada, condenada a pasearse por los fríos bosques de Irlanda por toda la
eternidad.
Hasta que una persona se acercó a
ella. El pequeño Aodhan O’Grady, tapones en los oídos, se arrodilló ante la banshee que, estupefacta, dejó de
chillar.
―¿Por qué gritas? ―El niño se
quitó los tapones―. Hace muchos años que no muere nadie por aquí, no deberías
gritar.
La banshee emitió un lamento quedo como respuesta.
Nunca se supo si el pequeño
Aodhan entendió lo que ella quería decirle, pero las leyendas cuentan que fue
la primera vez que alguien pudo abrazar a una banshee y la primera vez, en mucho tiempo, que la criatura dejó de
chillar.
Al fin y al cabo, solo se sentía
sola.
II.
La reina Victoria le ofreció un
trato al hombre que tenía postrado ante ella. Desde su trono, se le antojaba
diminuto, como un insecto. Un insecto que, como tantos otros antes que él,
había intentado asesinarla. Los hombres de la corte no terminaban de aceptar en
el trono a una mujer que les superaba en astucia y gobernaba el reino de tal
manera que el pueblo se había olvidado de los reyes que reinaron antes que
ella.
―¿Qué preferís: tomaros el veneno
o rendirme pleitesía? ―inquirió con voz firme la reina; no se amedrentaría ante
ningún hombre.
El hombre, como los asesinos que
le precedieron, prefirió morir bajo el filo de su orgullo y su masculinidad,
que él creía puesta en tela de juicio si rendía pleitesía a una mujer. A fin y
al cabo, el machismo es el peor de los venenos, y todos caen ante sus
ponzoñosas garras.
III.
El sireno agitó su rutilante cola
escamada para saludar a aquellos seres mitológicos que nadaban a unos pocos
coletazos de él. Los ancianos tritones le habían contado historias acerca de
estas criaturas que no pueden respirar bajo el agua y no tienen cola de pez.
Los llamaban humanos. De pequeño, siempre le habían asustado estos seres. ¿No
hablaban las leyendas de Ariel, la sirena que emergió al mundo de los humanos y
jamás volvió? Y qué decir de Odiseo, el que no sucumbió ante los hermosos
cantos de sirena.
Debían de ser criaturas
extraordinarias.
Se mantuvo agitando su cola hasta
que los humanos lo vieron. El sireno sonrió esperando un saludo, pero los
humanos no solo no le saludaron, sino que nadaron a toda velocidad para huir de
él y de lo que creían que era un ser horrible que comía humanos.
Los prejuicios no desaparecen ni
debajo del agua.
IV.
«Cuando emprendas tu viaje a
Ítaca, pide que el camino sea largo».
Xoan nunca había entendido estos
versos del poema de Cavafis, hasta que lo hizo. Los entendió cuando la Muerte,
ataviada con su túnica negra y su guadaña, se acercó a él y le tomó la mano.
―Eres muy joven ―le dijo, con voz
de ultratumba―. No me gusta la gente joven.
―A mí no me gusta la Muerte.
―Entonces, ¿por qué me has hecho
venir?
―Tampoco me gustaba la Vida.
La Muerte le soltó la mano.
―Aprovecha la vida. A mí tampoco
me gusta, pero es mejor que yo. Si la ves, pídele que tu viaje sea largo,
porque Ítaca es un lugar horrible.
Fueron los gritos los que
despertaron a Xoan de su letargo, y al ver el alegre rostro de su madre, se dio
cuenta de que había mentido a la Muerte: sí le gustaba la Vida.
V.
―¡Mi palabra es ley! ―exclamó el
rey desde su trono.
―¡Y nuestros actos, justicia!
―replicó la plebe.
Esas fueron las últimas palabras
que escuchó el rey.
Si gobiernas como un déspota,
acabas formando súbditos feroces ávidos de sangre azul.
VI.
Durante el banquete de la boda de
Peleo y Tetis, Eris, diosa de la discordia, airada por no haber sido invitada,
dejó caer una manzana dorada con una inscripción que rezaba lo siguiente: kalíste, «para la más bella». Y esa
única palabra ocasionó un gran conflicto entre tres agraciadas diosas, Hera,
Atenea y Afrodita, que se sentían merecedoras de esa manzana.
Zeus decidió que, para solucionar
el conflicto, Paris, príncipe troyano, debía decidir cuál de las tres diosas merecía
la manzana. Todas intentaron chantajearle: Hera le ofreció el gobierno de Asia
y riquezas; Atenea, la victoria en todas sus campañas militares; y Afrodita, el
amor de la mujer más bella: Helena.
Entonces, Paris procedió a
deliberar, y mientras tanto, las tres diosas tuvieron el tiempo suficiente para
darse cuenta de que no necesitaban la aprobación de ningún hombre y que las
tres eran igual de hermosas, con o sin manzana.
VII.
El pequeño Yago tropezó y cayó al
suelo, con tan mala suerte que se raspó las rodillas. Y por si fuera poco, nada
más levantarse, una tormenta de verano se desató sobre él.
―¡No, no lloréis! ¡Estoy bien!
―exclamó, mirando a las nubes, donde sabía que vivían ahora sus abuelos para
cuidarle desde el cielo―. Bueno, no muy bien, os echo de menos…
Y rompió a llorar él también.
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Espero que algún día podáis leer algo mío que no sea tan corto, pero por ahora... Sean textos cortos o largos, me encantó escribir estos microrrelatos y fue una experiencia que nunca había probado (soy demasiado reacio a escribir cosas que no sean novelas o proyectos de novelas, porque creo que se me dan bastante mal las cosas cortas) y me dejó buen sabor de boca. ¿Y a vosotros? ¿Os han gustado?
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